La visita del secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, a México dejó ver el contraste entre la narrativa de la administración de Donald Trump y la estrategia de la presidenta Claudia Sheinbaum. Mientras el gobierno estadounidense insiste en señalar a los cárteles como una amenaza global, Rubio destacó los avances de la cooperación bilateral, a la que calificó de histórica. A su vez, la cancillería mexicana recalcó que el entendimiento alcanzado se sostiene en el respeto a la soberanía y en la corresponsabilidad para combatir al crimen organizado.
Rubio elogió abiertamente las acciones del gobierno mexicano, en particular el traslado de 55 integrantes de grupos delictivos para ser juzgados en cortes estadounidenses. Subrayó que “no hay gobierno que coopere más” con Washington en la lucha contra el narcotráfico y reconoció los esfuerzos de Sheinbaum en la reducción de flujos migratorios irregulares y en la coordinación de operativos de seguridad. El funcionario, de origen cubano, contestó preguntas en inglés y en español, lo que reforzó su mensaje dirigido tanto a la opinión pública mexicana como a la comunidad internacional.
Sin embargo, este discurso se da en paralelo a la política de línea dura de Trump, que recientemente ordenó un ataque contra una embarcación venezolana con 11 tripulantes, a quienes acusó de pertenecer al Tren de Aragua. Rubio justificó esa acción afirmando que “puede pasar de nuevo mañana o en una semana”, argumentando que las organizaciones criminales son una amenaza directa para la seguridad nacional de Estados Unidos. Este enfoque revive la narrativa de guerra contra el narcoterrorismo impulsada desde la Casa Blanca.

México, por su parte, ha buscado mantener un equilibrio entre la cooperación y la defensa de su soberanía. El canciller Juan Ramón de la Fuente reiteró que cualquier entendimiento se basa en principios constitucionales de política exterior, como el respeto al derecho internacional y la no subordinación. Sheinbaum ha descartado de manera categórica la posibilidad de una intervención militar extranjera en territorio nacional, insistiendo en que la fórmula es “cooperación sí, sumisión nunca”.
Como parte de los acuerdos alcanzados, ambos gobiernos anunciaron la creación de un grupo de alto nivel que se reunirá periódicamente para evaluar resultados en materia de combate a los cárteles, reducción de flujos financieros ilícitos, tráfico de armas y drogas, y seguridad fronteriza. Este mecanismo también contempla campañas preventivas sobre los daños del consumo de fentanilo y otros opioides, con la intención de frenar la crisis de salud pública que afecta a Estados Unidos.
De la Fuente detalló que la coordinación ha permitido logros concretos como la disminución del tráfico de fentanilo en un 50%, la reducción del 93% en los cruces fronterizos irregulares y una baja del 32% en los crímenes en México desde el inicio del nuevo gobierno. Rubio, por su parte, sostuvo que “jamás en la historia” se había alcanzado un nivel tan alto de cooperación entre las dos naciones.
El equilibrio entre la diplomacia y la presión estadounidense marca el inicio de esta nueva etapa bilateral. Mientras Trump fortalece la narrativa de intervención militar y mano dura contra el narcotráfico, Sheinbaum busca proyectar a México como un socio confiable, capaz de enfrentar sus propios desafíos sin renunciar a la cooperación estratégica.
La combinación de elogios, advertencias y resultados medibles refleja la complejidad de la relación México-Estados Unidos bajo las actuales administraciones. En el centro del debate, persiste la interrogante de hasta dónde podrá mantenerse la cooperación sin que se desdibuje la línea entre colaboración y subordinación.