José “Pepe” Mujica, expresidente de Uruguay y exguerrillero tupamaro, falleció a los 89 años, informó este martes el actual mandatario Yamandú Orsi. Con su última frase pública —“Hasta acá llegué”— Mujica se despidió de la vida tras una larga batalla contra el cáncer. Su muerte marca el fin de una de las biografías más emblemáticas de la política latinoamericana contemporánea.

Nacido en 1935 en el humilde barrio del Paso de la Arena de Montevideo, Mujica se integró en los años sesenta al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Con él vivió la resistencia armada, la prisión y la tortura: pasó más de una década entre calabozos y confinamientos extremos, donde, según contaba, “domesticó ranas y alimentó ratones” para no enloquecer.

José Mujica y su esposa Lucía Topolansky durante el funeral de Raúl Sendic, el 7 de mayo de 1989.
Un jeque quiere comprar el auto celeste de José Mujica - BBC News Mundo
Pepe Mujica en su Volkswagen escarabajo

Tras el retorno de la democracia uruguaya, Mujica abandonó las armas y abrazó la política institucional. Fue diputado (1994), senador (1999) y, en 2010, alcanzó la Presidencia de la República con el 55% de los votos. Su gestión se distinguió por una agenda progresista: legalizó el matrimonio igualitario, despenalizó el aborto y reguló la producción de cannabis, convirtiendo a Uruguay en pionero mundial.

La austeridad personal de Mujica se convirtió en su sello. Rechazó vivir en la residencia oficial, permaneció en su chacra, conducía un viejo Volkswagen Escarabajo y donaba la mayor parte de su salario a obras sociales. Desde allí proclamó que “cuanto más tenés, menos feliz sos” y pidió una política “sin lujos, al servicio de la gente”.

Tras dejar la Presidencia en 2015, Mujica continuó como referente moral. Sus discursos, cargados de preguntas sobre el consumismo, la desigualdad y el sentido de la vida, trascendían la coyuntura uruguaya. A menudo citaba su paso por la cárcel como la experiencia que forjó su filosofía de vida y su fe en la humanidad.

Amado y criticado por igual, el “pepe” desechó la revancha: nunca buscó cobrar la deuda de injusticias pasadas. “La venganza es un mal consejero”, solía advertir. En su lugar promovió la reconciliación y el perdón, valores que, decía, emergen sólo de la verdadera comprensión de las propias heridas.

El expresidente uruguayo José Mujica asiste a una manifestación en apoyo a Lula da Silva en Santana do Livramento, Brasil, el 19 de marzo de 2018.
osé Mujica asiste a una manifestación en apoyo a Lula da Silva en Santana do Livramento, Brasil, el 19 de marzo de 2018.
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Pepe Mujica con la presidenta de México Claudia Sheinbaum

Este miércoles, Montevideo abrirá su Puerta de la Libertad para recibir sus restos en la casa de Gobierno y rendirle homenaje. Se esperan actos oficiales y una ceremonia popular en la plaza Libertad, donde miles de uruguayos acudirán a despedir a quien con su sencillez y audacia se convirtió en “el presidente más pobre del mundo”.

El legado de Pepe Mujica no está en grandes cifras económicas, sino en la pregunta que dejó flotando en la región: “¿Y si se pudiera hacer política de otra manera?”. Su vida, marcada por el idealismo y la coherencia, desafía a las próximas generaciones a gobernar desde la frugalidad, la honestidad y la solidaridad

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