Los comicios regionales y parlamentarios celebrados este domingo en Venezuela estuvieron marcados por una masiva abstención que, según la oposición, alcanzó el 85%, dejando vacíos los centros de votación. La líder antichavista María Corina Machado celebró la falta de participación como una derrota para el chavismo, mientras que el gobierno de Nicolás Maduro buscó mostrar músculo, asegurando que más del 42% del electorado participó. Sin embargo, periodistas, observadores y expertos en elecciones reportaron centros prácticamente desiertos, con más militares que votantes, un reflejo del escepticismo social tras las disputadas elecciones presidenciales del año pasado.
La oposición, dividida entre quienes optaron por el boicot y quienes decidieron participar para “no ceder espacios”, enfrenta ahora un panorama complicado. Aunque la narrativa oficial del chavismo proclama una “victoria aplastante” en todo el país —quedándose con 23 de las 24 gobernaciones y asegurando más del 80% de los escaños en la Asamblea Nacional—, las cifras reales son cuestionadas. Analistas como Eugenio Martínez denuncian inconsistencias en los datos del Consejo Nacional Electoral, destacando que, con un padrón de más de 21 millones de electores, los votos reportados equivaldrían a una participación de apenas el 25%.

La acumulación de poder por parte del chavismo no es una novedad, pero los expertos advierten que este ciclo electoral podría permitir a Maduro avanzar en sus planes de reformar la Constitución para consolidar su control. Aunque la mayoría oficialista en el parlamento es abrumadora, algunos analistas consideran que la oposición, pese a su debilitamiento institucional, podría encontrar ciertos espacios para acercamientos o negociaciones futuras. Sin embargo, los principales actores opositores con posibilidad de interlocución internacional, como María Corina Machado, se mantienen marginados del nuevo tablero político.
La politóloga Carmen Beatriz Fernández y el analista Eugenio Martínez coinciden en que lo que está en juego no es simplemente acumular cargos, sino prolongar el poder del régimen. Las elecciones sirvieron para proyectar una fachada de legitimidad, tanto interna como externamente, aunque muchos dudan de su efectividad a largo plazo. Fernández señala que el chavismo ha moldeado las reglas del juego eliminando cualquier posibilidad real de auditoría electoral, mientras que Parra remarca que el gobierno intenta mantener su “casa de cartas” en pie, pese al creciente descontento popular.
Dentro de la oposición, la división se profundiza. Muchos de los partidos tradicionales están intervenidos por el régimen, y nuevos partidos “a medida” han surgido para llenar el espacio político, limitando la capacidad de acción de las fuerzas opositoras históricas. Aunque María Corina Machado mantiene un amplio apoyo popular, su estrategia de abstención es cuestionada por quienes creen que, al no participar, se entrega el tablero completo al oficialismo. “Cómo vistes de victoria la abstención política cuando ahora tienes un mapa entero pintado de rojo”, plantea Fernández.

La situación internacional tampoco favorece a la oposición venezolana. Mientras que antes contaba con apoyos clave como el de Estados Unidos, los intereses globales han cambiado, reduciendo la presión externa sobre Maduro. Según Martínez, aunque Machado puede ganar cierto terreno simbólicamente por la alta abstención, la oposición carece de una hoja de ruta actualizada para responder a los cambios del poder. La estructura de la Plataforma Unitaria ya no responde a las nuevas divisiones, y urge una reorganización interna si se quiere mantener alguna capacidad de incidencia política.
A pesar de que, a simple vista, el panorama en Venezuela parece inmutable, los analistas coinciden en que los “píxeles” se están moviendo lentamente. La foto general aún muestra a un Maduro firmemente en el poder, pero bajo la superficie se acumulan tensiones, descontento popular y fracturas en ambos bandos. La gran incógnita es si la oposición logrará articular una estrategia que trascienda el rechazo simbólico y pueda convertirse en un plan político efectivo frente a un régimen que, cada vez más, juega con las cartas marcadas.