China ha reafirmado su determinación de «luchar hasta el final» tras la decisión del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, de duplicar los aranceles a todas las importaciones chinas, alcanzando un 20%. En respuesta, Pekín impuso aranceles de represalia de hasta un 15% a productos estadounidenses y amplió los controles de exportación para una veintena de empresas de ese país. Además, presentó una demanda ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) y advirtió que el pueblo chino no cederá ante «la hegemonía o la intimidación».

El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Lin Jian, calificó la medida estadounidense como «un error de cálculo» y aseguró que la estrategia de ejercer máxima presión sobre China fracasará. Mientras tanto, el presidente chino, Xi Jinping, se prepara para la reunión anual de la Asamblea Popular Nacional, donde se espera que su gobierno proyecte confianza en la estabilidad económica del país y en su desarrollo tecnológico, a pesar de los desafíos impuestos por la creciente rivalidad con Washington.

Durante este encuentro político, el primer ministro chino, Li Qiang, presentará los objetivos de crecimiento económico y gasto militar de la nación, en paralelo al primer discurso de Trump ante el Congreso estadounidense. Se prevé que China reafirme su compromiso con la innovación y la autosuficiencia tecnológica, sectores estratégicos que el gobierno considera esenciales para su desarrollo a largo plazo. Los analistas coinciden en que el Partido Comunista Chino mantendrá su rumbo sin realizar cambios significativos en sus políticas.

En este contexto de tensiones comerciales, el sector tecnológico chino ha cobrado un papel protagónico. La empresa de inteligencia artificial DeepSeek sorprendió a la industria con su modelo de lenguaje de código abierto, rivalizando con avances de Silicon Valley. Además, fabricantes de vehículos eléctricos chinos han comenzado a competir con Tesla, consolidando el liderazgo de China en la industria de tecnologías limpias. Xi Jinping ha instado a los empresarios locales a impulsar la innovación y ha promovido reformas para fortalecer la inversión privada.

Las represalias de China han incluido la imposición de aranceles a productos agrícolas de EE.UU. y restricciones a empresas estadounidenses en sectores estratégicos. Sin embargo, Pekín ha optado por fijar sus gravámenes en un rango menor al de Washington, lo que algunos analistas interpretan como un intento de mantener abiertas las vías de negociación. A pesar de ello, el conflicto comercial sigue intensificándose y reduciendo las posibilidades de un acuerdo entre ambas potencias.

Trump ha justificado sus nuevas medidas arancelarias alegando preocupaciones sobre los flujos de drogas hacia EE.UU., mientras que China ha calificado esta postura como un «chantaje». La escalada de tensiones también ha afectado al comercio global, dado que China mantiene un superávit comercial de casi un billón de dólares con el resto del mundo, lo que ha alimentado las presiones proteccionistas en Washington.

A medida que la economía china enfrenta desafíos internos, como la crisis inmobiliaria y la caída en la inversión extranjera, Beijing busca fortalecer su modelo económico basado en la manufactura y la exportación. Si bien las nuevas restricciones estadounidenses representan un obstáculo, China confía en que su modelo de subsidios y apoyo estatal a la industria le permitirá sortear la presión de Washington y consolidarse como líder en el comercio mundial.

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