El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmó este 4 de julio su nueva reforma fiscal, a la que calificó como “gran y hermosa”, en el marco de los festejos por el Día de la Independencia. La ley contempla amplios recortes de impuestos, aumentos al gasto militar y nuevos fondos para seguridad fronteriza.
Aunque la Casa Blanca presentó la reforma como una victoria económica, la Oficina de Presupuesto del Congreso estima que generará un déficit adicional de 3.3 billones de dólares en la próxima década. Organizaciones civiles advierten que los recortes afectarán servicios como salud, educación y asistencia alimentaria.
El proyecto fue aprobado en el Senado tras una ajustada votación de 51 a 50, gracias al voto de desempate del vicepresidente J.D. Vance. La discusión se extendió por cuatro días y tres senadores republicanos votaron en contra por el impacto social que tendrá la ley.
Uno de los críticos más duros fue Elon Musk, quien calificó la reforma como una “abominación repugnante” y aseguró que solo beneficia a los más ricos. En respuesta, Trump amenazó con revisar los subsidios otorgados a empresas como Tesla y SpaceX.
A pesar de la firma presidencial, la ley aún requiere una segunda aprobación en la Cámara de Representantes debido a modificaciones hechas en el Senado. El gobierno busca cerrar el trámite legislativo este mismo fin de semana para consolidar la medida.
Diversos analistas consideran que esta reforma representa una apuesta de Trump por reforzar su imagen de liderazgo económico en su segundo mandato, aunque el riesgo de un aumento del déficit y el recorte a derechos sociales podría tener un alto costo político.
La ley también ha polarizado a la ciudadanía: mientras algunos celebran los recortes fiscales, otros temen por el desmantelamiento de servicios esenciales. Las protestas ya comenzaron en varias ciudades y se espera que aumenten en los próximos días.
Aunque Trump asegura que la ley impulsará el crecimiento, el impacto real solo podrá medirse con el tiempo. Por ahora, su promulgación marca un nuevo punto de tensión en la política estadounidense.