Palabras Mayores

El miércoles escribí un breve comentario sobre el campo de exterminio revelado por madres buscadoras en Teuchitlán, Jalisco. Me quedé corto.

Las imágenes que hemos visto son desgarradoras. Olvidémonos por un momento de cifras, de estadísticas. Centremos la atención en las historias que ahí se terminan. Jóvenes, pobres en su mayoría, que fueron reclutados por el crimen organizado, a base de engaños, con la promesa de obtener empleos mediante ofertas hechas en redes sociales, obligados a matarse entre ellos como parte de un entrenamiento para eventualmente convertirse en sicarios, quemados en hornos, los restos óseos enterrados como basura, y las pertenencias (zapatos, carteras, mochilas, incluso notas de despedida) como último recordatorio su paso por este mundo.

A estas alturas es de obviedad decir que nada de esto sería posible sin la complicidad del gobierno, el municipal, el Estatal, las Fiscalías, (ambas, que ya habían intervenido el lugar y que dijeron no haber podido hacer la búsqueda completa “porque el rancho es muy grande”). 

La respuesta de la clase política (en su conjunto), predecible por mediocre, algunos medrando con la tragedia, otros echándole la culpa a Felipe Calderón. Otros cuantos, prorrogando el nepotismo, en la grilla, pues.

Esta no es la primera fosa en donde se encuentran restos humanos de manera masiva, ni la más grande. El problema no empezó ayer. Tampoco es el primer campo de adiestramiento y reclutamiento forzado del que los medios dan cuenta. Debe haber cientos, quizás miles.

Hoy mi consternación no es con el gobierno por su incapacidad de evitar o resolver este problema. Es con todos nosotros -incluso quienes geográficamente estamos lejos de Jalisco-, ¿qué nos hace falta ver o vivir para exigir que esto se termine? ¿En qué momento se nos terminó la capacidad de asombro, de indignación, de empatía?

Algunas de las personas que me hacen el favor de leerme, al igual que yo, son padres de familia. Solo por un instante hagamos el ejercicio de otredad, imaginemos la sola posibilidad de que nuestros hijos tengan un desenlace como este. Es inevitable que el corazón se quiebre y que esto no nos perturbe. Simplemente es escalofriante. Este, es el país que se le está quedando a los jóvenes, a los niños, a las mujeres.

Antes, yo pensaba que para un padre o una madre no puede haber un sufrimiento mayor que el de enterrar a un hijo, ahora me queda claro que si es posible un dolor mayor, el de buscarlo desesperadamente y no tener un cuerpo, unas cenizas en donde llorar, en donde poner unas flores. Esta, es sin duda, y por mucho, la herida más profunda y dolorosa de nuestro país.

Finalmente, la comparación es inevitable. Las imágenes son equiparables a los campos de concentración nazis, donde miles de vidas fueron truncadas para siempre. Actualmente estos campos se encuentran abiertos al público, no como sitio turístico, sino como memorial de los horrores de los que los seres humanos pueden llegar a ser capaces. Esto, para que nunca se olvide.

Con mucho respeto y admiración para los colectivos de búsqueda. Porque hallen consuelo del infierno que padecen.

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